miércoles, 13 de abril de 2011

Evangelio del Viento


Gustavo Tatis Guerra.

Su infancia trascurrió en los patios de Sahagún y Montería (Córdoba). Ha publicado cuatro poemarios: Conjuros del navegante (1998), El Edén Encendido (1994), Con el Perdon de los Pajaros (1996), He venido a ver las nubes (2007).

Es autor del libro Ciudad Amurallada: Crónicas de Cartagena de Indias, Premio Nacional de Periodismo Simon Bolivar.

CONJURO DEL NAVEGANTE (I)

Como el país de las nubes
así es mi corazón
frágil
Fugaz
Transparente
tierna arcilla de alfarero
así es mi corazón
en la salvaje estación de los vientos
un niño que descubre estrellas
en un aljibe de agua que llora
bramido de las bestias
oliendo el rastrojo del verano.

Así es mi corazón
tomalo antes que vuele.

ENSALMO

Quiero que sepas que el poema puede curarte
como esas flores y raíces del bosque
como esos secretos de la selva virgen
puede sanarte ese dolor que sientes
más allá de ti.

El poema es un ensalmo
un talismán
para que tu soledad resplandezca
en el abismo de mis manos.

EL SOÑADOR DE BOSQUES

Los árboles no duermen
Através de sus sombras viajan y recuerdan
reconocen la mano que guarda sus silencios
y cuando la brisa pasa se inclinan a saludarla.
Bajo la tempestad escuchan
la agonía de los arboles viejos
y saludan desde sus orillas inmóviles
el sereno esplendor de la caída.

Saben que el hombre que vino anoche y los abrazó
guarda en su interior
la antigua sabia de los orígenes,
tal vez jamás vuelvan a verse
pero el siempre llevará
la secreta sombra de un corazón
plantado en el viento,
una raiz secreta
que cada dia
lo acercará más al cielo.

LA CACICA ZENÚ

Mi padra a muerto hoy
una diadema he puesto sobre sus manos.
Un leve guayuco he tejido en oro
para que guarde sus secretos.
Un baston con las iniciales del paraíso.
Unos granos de maíz tierno
para que no pase hambre.
El alma de los primeros zenúes pregunta mucho
el espíritu es como una flecha
en el blanco de la noche.

No vaya a decir por nada en el mundo
que se han perdido las tierras.
Los caballos cruzan la lejanía
y fulge en la oscuridad el brillo
de una espada.
Los forasteros no dejan de llegar.
Saquean las tumbas.
La ofrenda de mis senos
no es para nadie.
Es para todos los dioses.

Nadie más reclama estas lagrimas del sol.

El oro que cada uno de nosotros
guarda adentro
nadié podrá llevárselo.

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